martes, 15 de junio de 2010

Reflexiones

La economía mexicana ha seguido en los últimos 30 años, cinco sexenios, la política de crisis recurrentes, cada vez más acentuadas y profundas. Las justificaciones políticas, sociales y económicas de toda clase han sido siempre responsabilidad de otros, de los que ya quedaron atrás... nunca de los que están en el poder.
Así fue en en lejano sexenio de la desfachatez lopezportillista, con la caída espectacular de los precios petroleros; así en 1987 y 1988, con la montaña financiera " rusa " del Presidente De la Madrid, así en el sexenio de la modernización y el sueño del llamado  " Primer mundo " del salinato o del  frío sexenio democrático de Ernesto Zedillo hasta alcanzar la cumbre espectacular del circo Foxista y sus años felices de la  lamentable "changarrización" junto con el actual sexenio de la Guerra total sin cuartel y sin contabilidad de muertos y desaparecidos del Presidente Calderón, y, sin olvidar que la actual crisis financiera que vivimos obedece a la globalización y, a factores eminentementes externos...
Las explicaciones, culpas y justificaciones han sobrado en los últimos seis sexenios. El balance general de la nación nos habla de que, se olvidó el horizonte de mediano y largo plazo por el efectista cortoplacismo que ha dominado y permeado en la política nacional.
Los desafíos y los retos económicos, sociales y políticos que se conocían en 1980 son los mismos del 2010, nada más que aumentados: insuficiente capacidad de generar el empleo que demanda la población, marco
tributario y fiscal que privilegia a unos cuantos y reduce la capacidad de crecimiento de los pequeños y medianos negocios, lucha permanente en contra del alza de los precios a pesar que el Gobierno Federal
es el principal impulsor y promotor de la inflación, aumento desmedido y espectacular de la economía informal para cubrir las crecientes demandas de la población. La lista de los rezagos y los desafíos es larga como todo lo que se ha dicho en los últimos 30 años para abatir nuestra condición de país en vías de desarrollo. ¿ Cuándo llegaremos a ser del primer mundo ? ¿ Será en 2050 o en el lejano año del 2070 ?.
De 1980 a la fecha hemos crecido a una tasa promedio del 1.6 por anualmente mientras que los reclamos y la demanda fue de tres tantos más,es decir, estamos con los niveles de 1990 pero con 20 años más...
No nos atrevemos a derrumbar los mitos geniales de la nación. Pemex es intocable y por supuesto,sagrado.
La Comisión Federal de Electricidad ( CFE ) ni se diga, los monopolios triunfan por toda la nación mientras que se habla con la boca llena de la gran reforma fiscal, de la reforma energética, de la laboral, de la reforma política, meras especulaciones que se confrontan a diario con  la irrealidad de una nación que cuenta con 45 millones de personas en edad productiva pero que sólo están registradas y pagan sus impuestos la tercera parte de ellas...
Hemos perdido la certidumbre que nos da el presente para alcanzar el futuro a cambio del desenfado y del adictivo fenómeno social de la inmediatez. Estamos en la eterna interrogante de lo que se avecina para finales del actual sexenio, mantenemos a como de lugar esquemas políticos que fueron magnánimos en el pasado pero que son simples esperpentos sociales y financieros en la actualidad.
ntan con el aquí y ahora. Seguimos consumiendo tiempo preciso y vital para el desarrollo del país a cambio de la inmediatez, de las negociaciones oscuras y alianzas políticas de partidos y actores opuestos, ya todo cabe esperar en nuestra maravillosa patria.
Mientras tanto, el país se incendia, el empleo no crece, la economía se estanca, la inseguridad aumenta, el descontento social se transforma en desilusión constante y manifiesta  a diario en restaurantes,cafés, fondas, esquinas, pláticas o centros comerciales.
La miopía en la que estamos inmersos no nos permite la visión necesaria y urgente que tenemos enfrente
de un país que se debate entre la inmediatez y la certidumbre, entre la miseria acumulada y la modernidad, entre lo desafíos del siglo XXI y la melancolía del bicentenario. En suma, somos la constante trágica de la perplejidad, del absurdo, de la incoherencia entre lo que queremos ser y lo que finalmente somos, del surrealismo.

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